El rockero hacedor de vinos.

Él no necesita presentación. Es uno de los embajadores musicales de nuestra provincia, quien, además, ha logrado trascender las fronteras de Mendoza con sus vinos. En una charla generosa y profunda, comparte con Vanguarvid anécdotas, pensamientos y visiones, que lo pintan como un buen tipo, comprometido con su pasión y fiel a sus sueños.

Al parecer, la música atrae más música. Así lo siente Felipe cuando cuenta que viene de una “familia musical”, con una madre que era profesora de piano y con la música siempre a mano. “Yo desde los 5 años quería estudiar guitarra, no sé por qué, pero me enviaron al Instituto Cuyano de Cultura Musical. Y paralelamente, hacía baile folclórico en la Municipalidad de la Capital. Hasta que me compraron la guitarra que era, más o menos, más grande que yo”. Felipe se recuerda como un niño que se mantenía ocupado: danza, guitarra, francés “que lo odiaba” (sic) y mucha música. “Con mi familia íbamos a muchos conciertos y recuerdo que una vez estábamos en el centro, en Casa Galli y acababa de salir Abbey Road… y mis viejos dijeron ‘lo vamos a comprar a ver qué hace la juventud ahora’ y lo compraron”. La música siempre estuvo ahí. Y Felipe asegura que nunca lo empujaron a sentarse en un piano, pero la música lo atrapó, tanto es así que “cuando empecé a tocar la guitarra quedé enganchado para siempre”.

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El preludio…

Aunque la figura de Felipe Staiti está indeleblemente asociada a la historia de los Enanitos Verdes, hay un preludio que el músico mendocino recuerda. Su “locura” por la guitarra eléctrica data de cuando tenía unos 14 años y escuchó a Deep Purple. Desde entonces empezó a tocar con distintos músicos e incluso se presentaban en las “boites” de aquel momento. Por ser menor de edad, sus papás -como siempre- lo acompañaban. Yo fui tejiendo una historia con la música, formé una banda que se llamó Esencia Natural y, con ellos hicimos lo que fue el primer concierto punk de Mendoza, durante la despedida de 5to año del Colegio Nacional Agustín Alvarez”.

Es a fines del ‘79, principios del ’80 que la biografía de Felipe se empieza a entralazar con la de Marciano Cantero. Asume que no hay un inicio formal de la legendaria banda mendocina, pero elige contarnos lo que podríamos ubicar como un momento cero del trío: aquel primer concierto del 11 de septiembre del ‘80, en el Teatro Selectro, “donde empezó la historia de verdad”.

Tenes que hacer lo que el corazón diga

“Yo siempre me tomé muy en serio la música. Me autoconfieso culposo y lo único que no me da culpa es la música. Entonces, si el profesionalismo es la seriedad, yo siempre fui muy profesional. No había lugar a la duda. Siempre tenía espacio para la guitarra. De hecho, yo siempre andaba en la calle con la guitarra encima. Muchos relatos de gente de la época me recuerdan tocando en las acequias, en una plaza, con la guitarra como un elemento que tenía siempre conmigo y eso no ha cambiado. La guitarra es parte de mí”, declara con alegre convicción el gran Felipe.

Vértigo, el primer hit enológico

A modo de semblanza, Felipe recuerda que como buen mendocino, el mundo del vino siempre estuvo presente en su vida, “el vino fue un elemento de unión familiar, la bebida del almuerzo, de la mesa familiar. No había denominación de origen, ni varietales. Era el vino y la soda. Era simple”. La anécdota sigue, como la de tantos comprovincianos, con tíos contratistas o una finca en cierto lugar de Mendoza, para confirmar que “siempre hubo algo cercano al vino”.

Un capítulo diferente se escribe cuando aparece Marcelo Pelleriti en la vida de Staiti. “Cuando me hice amigo de Marce, hace unos 10 años, él me dijo que yo era una persona que había trascendido las fronteras de Mendoza con la música, y sería bueno tener un vino que nos represente, que me represente y me invito a ir a la bodega, hacer un corte y ahí empezó todo. Fue como tirar una flecha, no sabés el destino, pero la flecha siguió volando y yo me enganché muchísimo, me encantó”.

El primer vino de Felipe fue “Vértigo”, un Malbec que no pasó inadvertido para el paladar de James Suckling, que supo reconocerlo con 97 puntos. Al proyecto enológico, así como a la música, el mendocino se lo tomó “muy en serio”. Hoy, el emprendimiento es compartido en familia y tiene doble nacionalidad. Desde Treviso, Italia, su hijo comanda la producción de un Prosecco y un Pinot grigio, que junto con los vinos nacidos en Argentina son exportados a varios países del mundo.

Felipe se muestra feliz de vivir esta experiencia junto a sus hijos, siente que hacerlo en familia le da tranquilidad y también credibilidad. El motor de este proyecto es la música, que es el motor de mi vida. Y los vinos se desprenden de la música. Tenemos una historia linda para contar y la gente busca la historia que está detrás de los vinos. Ser un proyecto familiar le da aún más fuerza; sentimos que el consumidor y aquel que tiene que vender nuestros vinos lo valora. Viniendo de Mendoza que es la meca o la ‘Liverpool del vino’, donde hay muchos vinos impresionantes, es la historia la que le da otro peso nuestro vino”.

Yo te bautizo…

“Vértigo y Euforia me vinieron rápido a la mente, porque son un poco los elementos permanentes que han regido mi vida. La euforia de los conciertos. Y el vértigo: esa ‘mariposita en el estómago’ cuando vas a salir a tocar. En un punto, siempre están. Todo el proyecto musical o mi vida artística están compuestos de vértigo y euforia”, relata Staiti.

Diferente connotación tiene para Felipe el nombre “Honor” que bautiza otro de sus vinos. “Es una palabra muy grande, que me sugirió José Bahamonde -responsable creativo de las etiquetas de Felipe Staiti Wines- y que después de pensarlo le encontré una respuesta para mis demonios. No me siento una persona de honor, pero sí soy una persona honrada, me siento honrado de mi familia, de mis amigos, de poder vivir de lo que me gusta”.

Y así la charla vuelve al terreno de la música, donde Staiti es enfático: el camino de la música es un pasillo de puertas cerradas, difíciles de abrir. Siempre hay que remar contra la corriente siempre. Es aceptar que dejas el hogar, la casa, el plato de comida diaria, la comodidad en busca de un sueño. Los que llegan, además de que se necesita talento, también hay que saber bancarse las cosas, con perseverancia. A la suerte hay que buscarla, no llega por sí sola”

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Sobre la gratitud y el paladar

Con un tono de sincera gratitud Felipe confiesa: “cuando entré al mundo del vino, parafraseando lo que te decía de la música, yo encontré un pasillo de puertas abiertas”. Puertas que tienen nombre y apellido, personas que son referentes de la industria y que el músico recuerda con especial agradecimiento. Entre ellos aparece, por ejemplo, Daniel Pi, a quien conocía desde la infancia o Walter Bressia, “toda gente hermosa y respetable, que me abrieron el corazón y con quien tenemos una gran relación”.

En sus menciones, no omite a Michel Rolland, a quien le agradece momentos memorables como la vez que le dijo ‘es notable el buen paladar que has adquirido’, a lo que Felipe agrega de manera consciente y con una sonrisa: “al paladar aprendí a acomodármelo”.

Es inevitable en este recorrido por las influencias vínicas, no citar a Marcelo Pelleriti y una de las frases que lo describe durante la charla es la siguiente: “Yo sueño en hacer buenos vinos, claramente de la mano de Marcelo que es un tipo fuera de serie, entonces, siempre la prioridad es hacer las cosas bien, lo mejor posible; igual que con la música lo primero es seguir el sueño y lo otro va a llegar”.

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La pregunta que se repite

¿En qué se parece hacer una canción y hacer un vino?, es la pregunta poco original con la que vamos promediando la charla con Felipe. “Me lo han preguntado varias veces y nunca tengo una respuesta concreta, porque quizás no la he buscado o no la he encontrado. Lo que sí encuentro como un punto en común es que tanto las canciones como los vinos tienen sentido cuando son compartidos. Entonces, ahí cierra la obra. Es como una guitarra. En si misma es un mueble. Se completa al ser ejecutada por alguien. Con el vino y las canciones pasa lo mismo. Y el motor de búsqueda, el motor de composición no lo sé, porque ni siquiera sé cuál es el de la música. No lo he racionalizado. Sí estoy seguro que el ‘to share’, el compartir es algo, un germen, una cualidad que tienen en común la música y el vino, donde termina de cerrar el círculo”.

Por fortuna, la consulta repetida no aburre al querido Staiti quien sigue reflexionando al respecto hasta recordar una vieja leyenda que le sirve para explicar lo que da vueltas en su cabeza. “Es cierto que componer una canción o hacer un vino, son momentos muy distintos, pero hablamos del mismo elefante. Lo digo por esa vieja leyenda en la que ponen a varios ciegos y a cada uno le hacen tocar una parte del animal y describir lo que estaba tocando. Entonces, el que tocó la oreja decía “es un tapiz tunesino”; el que agarró la cola decía “es un látigo de Damasco” pero no sabían que hablaban del mismo elefante. Entonces agarrar la cola es cuando estoy haciendo un vino y la oreja es una canción… pero, en definitiva, el elefante es el mismo”.

No me quiero despertar

Durante la entrevista recorrimos el pasado y el presente de Felipe Staiti y se nos ocurre preguntarle por el futuro. Entonces, nos deja este gran cierre: “te digo la verdad, la música es vivir un sueño, así como también siento que lo de los vinos es vivir un sueño; entonces, en un punto quiero seguir viviendo ese sueño, no me quiero despertar. A veces, me encuentro con amigos que me dicen ‘ya me voy a retirar’ y yo pienso que esas palabras no están en mi alfabeto, no se me ha ocurrido pensarlo, me siento con ganas de hacer cosas, amo lo que hago. Me siento vital”.

Gabi y Felipe
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Gracias Felipe por ser parte de Vanguarvid. ¡Salud!